martes, 16 de mayo de 2017

Alina

Devolvió todos y cada uno de los regalos y recuerdos materiales.
Tiró a la basura lo que no entraba en la caja de encomienda.
Escribió palabras incomprensibles para el otro hasta el absurdo.

No entendió hasta mucho después que las paredes, los bloques de piedra no escuchan, no son atravesados por las balas ni las palabras amorosas, aunque estas sólo fueran de despedida.

El cinismo, el egocentrismo, nada entienden de amor, por más que lo intenten, se esfuercen, se deshagan por largos ratos en los brazos del otro.


Renegó del tiempo perdido, después de haberse hundido en el más hondo y oscuro sufrimiento.
Tocó todos los fondos, se asomó una y mil veces al abismo.
El dolor se hizo literal en el cuerpo. Muchas veces se durmió doblada de dolor.
Está enojada consigo misma por la ilusión sin reparos, cierta candidez imperdonable, la obstinación costosa. 

Pudo entender la denigración plena de sadismo a la que él acudió para aplacar un deseo vehemente.
La desaparición súbita, de un día para el otro, sin preavisos ni señales. La cobardía de nunca dar la cara, en una especie de recurso certero para no tentarse.
No por entender perdona.

Sus caras se le tornan borrosas. Aún la favorita, la de sus momentos de desfallecimiento entre sus brazos.

No hay fotos donde volver a encontrarlo. 
La voz se aleja en el recuerdo. Los olores se pierden.
Los momentos felices se han contaminado a pesar de que ella no se ha dejado engañar con sus relatos argumentado dudas y excusas inconsistentes.
El deseo no se simula, está o no está. Estuvo.
Aún así esos momentos han minimizado, reducido, se ha han vuelto reemplazables, han perdido su condición de únicos e irrepetibles.

La pérdida más trascendente y considerable es la del cariño, resto inevitable después de un mutuo gran amor. No hay cariño, nostalgia, añoranza alguna.


Fiel a su naturaleza, hasta que él no arrasó con todo, no terminó. Cómo si faltara dolor, terminó de coronar dando a ver un engaño mediocre, recubriendo una vez más lo que no va a poder ser, porque nunca se deja de ser un predador.
Porque nunca se puede crear un vínculo genuinamente desde la cumbre del narcisismo. aunque se simule maravillosamente para combatir una soledad insoportable.

No es lo mismo cualquier mujer que aquella que conmovió todos los cimientos. Que atravesó el cuerpo con una angustia inédita ante la posibilidad de perderla.
Ella lo sabe, él también, aunque prefiera ignorarlo aún después de haberlo confesado.

Hoy no hay, no queda nada. 

No pudo,intentó pero al final no quiso poder. Ella no pudo, queriendo poder. 
No pudieron.
Por más que ella supiera que no hay, pero que el amor acerca los bordes de la hiancia inevitable.

Quedó la cuenta. 

Y cuando ella la revisa, larga y toda suya ya que el mozo se la entregó sin dudarlo, se le imponen los versos de un tango: "y si he perdido pago y me voy".
Pagó.

Concluye.Porque una vez que vió, ya sin el velo que teje el amor, se preguntó si aún querría tenerlo y la respuesta llegó; inexorable: no.
No querría jamás volver a tener a alguien como él.

Al fin se va. 

Como Alina Reyes, dejando a su otra magullada en el puente y el frío.
Lo cruza.
"Sin dar vuelta la cara, y yéndose".





Credo

No creo en Dios, ni en la vida después de la muerte, ni en que lo que sucede conviene, ni en que todo vuelve, ni en que el que las hace las paga.

No creo en la justicia poética, ni en la divina.

Apenas siento que a veces la terrenal; esa que se practica en edificios oscuros, salda algunas cuestiones.

No creo en los merecimientos. Uno nunca recibe lo que cree merecer.

No creo en "siéntate y verás pasar el cadáver de tu enemigo" ni en "la venganza es un plato que se come frío". Se va el resto mísero de la vida que queda en eso.

No creo en la buena onda, ni en la buena vibra, ni en santos, amuletos o piedras.

No creo en rezos, plegarias, deseos ni energías que traen lo que uno desea.

No creo en brujas, adivinas, cartas, borras del café o cartas astrales.

No creo en las curas mágicas, todo dolor profundo es levantar los restos de una cristalería hecha añicos, cuando creés que terminaste de barrer se te clava un vidrio minúsculo en el pie.

No creo en que de acuerdo el sufrimiento vivido la vida te depare algo mejor.

No creo en los resarcimientos, no hay manera de recuperar el tiempo perdido.

No creo en la mala suerte, la mala suerte es uno des-responsabilizándose por aquello que no quiso ver, o dejó pasar creyéndolo nimio.

No creo en la palabrería vacía del amor, ni en sus gestos aparentes.

No creo en las almas bellas ni en la bondad pura.


Creo sí, en pocas cosas.


Creo en la palabra, como vehículo para el dolor.

Creo en el amor de los lazos, ese que rescata y reconstruye.

Creo en la insistencia inexorable de los amaneceres, que nos enrostran impúdicos la posibilidad de un nuevo inicio, aunque decidamos comenzar mañana.

Creo en la música, al arte, el mar, los cielos tormentosos.

Creo en la materia que nos constituye, efímera, perecedera.

Creo en esos poquísimos momentos en los que somos conscientes de nuestra finitud.

Creo en el deseo, indestructible.

Creo en la repetición, tenaz como nada, siempre tomándonos por sorpresa.

Creo en la muerte que nos habita insaciable y laboriosa a la hora de devorarnos los días.


Creo en el acto, como única salida de la miseria que nos colma.


Creo en el amor, aunque a nada le tema más.

Creo en hacerse responsable, como posibilidad de elección distinta.


Creo en el azar, es en lo que más creo.

Ese que puede depararnos todo, nunca más nada, o esa brecha de lo posible por donde se puede volver a creer otra vez.

lunes, 1 de mayo de 2017

Cuatro minutos

Atardece en Barrio Norte.
Mía camina despacio por Rodríguez Peña.
Hace tiempo mientras espera que sea la hora de la cita con su abogado.
Ya es septiembre, pero el  invierno se empecina enroscándose entre sus piernas con un viento fuerte y frio.
Se siente angustiada, agobiada por sus problemas. No deja de pensar que su divorcio no tiene fin, que su juventud se le escapa, que no encuentra la salida a tantos inconvenientes que se suceden uno tras otro.
No sabe qué rumbo tomar, se perdió en el miedo.
Está harta de escuchar que todo mejora, que todo pasa. Piensa con ironía que debe ser así para todo, menos para ella.
Su visión de las cosas está empañada por una subjetividad que le impone a este momento de su vida un rasgo de totalidad insoportable.

Se encuentra con su hermano, tal como habían quedado. 
Él habla por celular en la vereda de un negocio.
Ella lo saluda con un gesto cariñoso, pero en silencio, para no interrumpirlo.
Lo mira con ternura, el hermanodel medio que esperó con anhelo y al que le cambió pañales ahora es un hombre altísimo y elegante, y es a la vez el único hombre por quien ese siente protegida.
Mientras él prosigue su charla, ella mira por la vidriera de una pescadería.
Guarda en su memoria los precios de los langostinos y camarones, saca mentalmente cuentas y las agrega de manera veloz al presupuesto para la comunión de su hijo.
Los gastos de la comunión, otro tema para una discusión kafkiana con su ex marido.

Inmersa en esos pensamientos, levanta la vista.
Algo le llama la atención, alguien le llama la atención.
Parado dentro del negocio, un hombre atractivo de cabellos blancos la mira.
Se miran de manera intensa unos instantes.
Se gustan. Él tiene un semblante sereno, no tiene aspecto de oportunista, la mira fijamente sin amedrentarse.
Ella protegida detrás del vidrio, baja la mirada, pero su retirada dura solo unos instantes.
Él le gusta, le gusta mucho. Le gusta su ropa, su aspecto, su cara, la mezcla de determinación y ternura que él ostenta en su mirada.
Presa de la obsesión que la caracteriza, en 4 minutos capta todos sus detalles.

Cierra los ojos.
Entra al negocio. Pregunta concentrada los precios que ya vió, pregunta si el pulpo es chileno o español.
Él se le acerca, suavemente. Ella puede oler su perfume, puede distinguirlo aún entre las horribles emanaciones del pescado y se embriaga.
Él balbucea una disculpa. No suele hacer esto, y en un ademán discreto le ofrece una tarjeta con sus datos.
Ella acepta, contesta con ojos tímidos que no suele aceptar tarjetas de extraños.
Se sonríen mutuamente, él murmura con dulzura que si quiere que lo llame o le escriba.
No parece un galán que va  por la vida repartiendo tarjetas. Sus ojos son sinceros, como casi siempre son los ojos.
Casi, porque ella sabe más que nadie que a veces algunas personas mienten magistralmente mirando a los ojos.
Algo se enciende dentro de ella. Mía se despide, se escapa de manera veloz, guarda la tarjeta.
Pasa una semana, después de meditarlo infinitas veces le escribe un mail. Él contesta ese mismo día, chatean durante unos otros, hablan una semana todos los días por teléfono, se ven.
Se descubren viejos conocidos. Él la intuye temerosa, va despacio, ella se deja llevar.
Sienten que el azar jugó a favor de ellos, lo sienten pero no lo dicen.
Temen que se termine el conjuro que los une, pero igual avanzan.
Comparten la vida de manera pacífica pero intensa.
Ella comprueba al fin que todo pasa, y que el amor siempre mejora la existencia, cambia la lente, abriga en una tarde de invierno.

Abre los ojos.
El extraño detrás del vidrio continúa mirándola fijamente y hace un leve ademán para salir y encararla cuando su hermano que terminó la charla telefónica la rodea con un brazo en un gesto que bien puede confundirse con el abrazo de un novio, o de un marido. 
Ella no reacciona y se deja abrazar, mira al hombre que podría haber sido y se aleja caminando con su hermano por Rodríguez Peña, de vuelta inmersa en sus problemas, otra vez totales, eternos.




domingo, 30 de abril de 2017

Vacíos


"No a todo alcanza Amor, pues que no puedo
romper el gajo con que Muerte toca."

                                      Macedonio Fernández.




Son parecidos.
Si se busca ese invariante, eso que insiste y repite en ellos, casi siempre es lo mismo.
El vacío.
Pero no ese vacío que motoriza al deseo, no ese vacío insaciable que es pasión, anhelo, creación.
Es otro vacío.
Un vacío mortífero.
Un vacío que se recubre de una cáscara esmerada, que permite circular, hacerse ver, hacerse desear.
Me recuerdan al Drácula de Stocker, solitario, apesadumbrado por no encontrar cobijo, lejano al personaje apasionado que supo componer Gary Oldman para Cóppola.
Pero no recuerdo al sórdido Drácula de Stocker por el vampirismo, sino por el vacío, por la muerte interna, por esa nada que sólo busca refugio porque ya no da más, está cansada de andar a cuestas con su muerte, aburrimiento, soledad.

Vacíos.

Simulan amar, a veces aman y una lo percibe y toda esa muerte parece desaparecer por instantes mágicos y colmados de una belleza indescriptible.
Pero no.
La muerte que los habita retorna con furia.
Nunca los había abandonado.
Se cobra todas las cuentas, se lleva los momentos preciosos, ellos eligen irse con ella.
Están avergonzados de haber cedido, esgrimen explicaciones absurdas sobre esos renuncios imperdonables en el amor.
Causan heridas profundas a modo de autorreparación, no se perdonan la caída.
No te perdonan haberles dado lo que pedían.
Como quien bebe de más y se enoja con quien le ha servido.
Arrasan, queman, arrojan sal sobre el corazón que los ha recibido.
Minimizan, se burlan, viste mal, no era así, nunca lo fue.

Hay que dejarlos ir. Hay que poder verlos antes.

Todos son iguales.
Hambrientos de amor, y tan vacíos.
Solos en la vida, y tan dañinos.



viernes, 28 de abril de 2017

Mejor

Lo conoce en una red social.
Le gusta la música que sube, su humor, lo que responde cuando ella escribe.
Se enredan en una seguidilla de respuestas delirantes con alguien más, se divierte, le gusta pero es de los que ella pone al instante en la lista de intocables.
Una tarde él le envía un mensaje donde plantea su problemática, dudas, inquietudes sobre el momento particular que atraviesa.
Quiere garantías, lo embargan temores, algunas certezas.
Ella opina con una mezcla de aséptica sinceridad.
Siguen por mail.
Se enredan.
Él porque es devorado día a día por el tedio. Descubre una ventana por la que intuye mirando sin participar que hay algo más, otra vida posible. Se asoma a través del intercambio con esta mujer que lo fascina.
Ella porque está aburrida, él le recuerda los espadeos interesantes y veloces que experimentó alguna vez con un hombre que la marcó a fuego.
Con este no se puede. Lo tiene claro.
Se enredan más. Él es encantador. La busca, insiste, la va envolviendo como esa música que una escucha desde lejos y necesita averiguar de donde viene y quien la toca. Decide averiguar.
Tienen intercambios apasionados, pelean, ella se arrepiente de toda intención y tiempo perdido.
Todavía no se han visto.
Se ven.
Es invierno. 18 de junio. 14 hs.
Ella lo ve parado al sol envuelto en una campera grande, un pantalón formal pero barato, el ceño fruncido, toda su expresión es adusta.
Sin embargo camina hacia él sabiéndose bella, "felice, etérea"
Toman café. Se van. Tienen sexo. A ella le gusta pero ha tenido mejores encuentros, mejores amantes. Este es tímido e inhibido. Logra soltarse un poco. Ser otro.
Este hombre tiene una particularidad, algo que la deja conmovida e intrigada.
Se siente tocada. Ahí, donde no llegan muchos, donde casi nadie ha llegado. Sólo aquel innombrable que le estremeció todos los cimientos.
Decide mientras él la alcanza hasta su auto, envuelta en una angustia indescifrable y al borde del llanto, que sí; que va a cumplir la promesa que se hizo a sí misma y que le manifestó a él antes de ese encuentro.
La de no volver a verlo.
Esa noche llora por esa nostalgia, la peor de todas, la nostalgia por lo que nunca va a suceder.
Él la seduce con palabras y canciones.
Ella ya decidió. Corta todo contacto.
No vuelve a verlo nunca más.
Puntual a la cita el azar le depara otros encuentros.
El olvido se lleva la mayor parte esa tarde de junio soleada, preciosa.
Cuando la recuerda, en remotas ocasiones,sabe que no se ha equivocado.
La intuición siempre es soberana.
Ella iba a amarlo con locura y él la iba a destrozar.
Mejor que no fue así.
Mejor.

Re-inicio

¿Desde dónde se re-inicia?

A veces desde el despertar.
A veces desde el  hacerse una pregunta.
Otras veces desde el dolor.

Dolores que son puntos de inflexión en la vida.
Un antes y un después que dejan una marca imborrable.
Marca que puede ser una herida eterna que sangra y requiere dedicación y tiempo, o marca que puede ser un mojón, una línea de partida hacia otro lugar.
Marca que parados en ella descorre el velo, despabila fantasías, rompe la lente con la que miramos el mundo.

Marca que indica un final y a la vez un inicio.
Inicio incierto, como todo inicio, sin la menor garantía sobre lo que vendrá, aunque con ciertas coordenadas del lugar desde donde podemos esperar eso que traiga el azar.

Las marcas son útiles aunque creamos no haberlas merecido.
Sirven para enrostrarnos para siempre aquello por lo que nunca deberíamos volver a pasar.
Aquello que jamás deberíamos volver a elegir, los precios que no habemos de pagar bajo ninguna excusa por más válida que la creamos.

Se vuelve a vivir a pesar de las marcas, del dolor, de la pérdida, de la pena.
Se vuelve a mirar el paisaje de otoño con  esperanza en el futuro incierto.
Se vive el hoy, porque es lo único que poseemos realmente,
Se vive, porque no hay pena más grande ni pecado mayor que el tiempo perdido a sabiendas.
Se vuelve a empezar, como se puede, siempre.



lunes, 8 de septiembre de 2014

Duelo



Solo estamos de duelo por alguien de quien podemos decirnos "yo era su falta."
J.Lacan, Seminario 10


Duelo como el momento de aceptar que por un período incierto se transita con un peso, un dolor que se irá aliviando con el tiempo, tiempo incierto, no mensurable.
Tiempo de bronca y enojo, parte del proceso, parte del camino.
De nada sirve rebelarse, buscar atajos. El dolor siempre te encuentra, imposible resistirse.
Como cuando éramos chicos y nos parábamos tiesos frente a la ola en el mar, con la esperanza de poder ganarle. Ella, siempre poderosa, nos restregaba la cara contra la arena.
Cuando nos dejábamos arrollar flotábamos en hasta que se deshacía en la orilla.
Algo de eso hay en un duelo. Dejarse llevar, bancar que las cosas sean así hasta que caen, y adviene la posibilidad de algo nuevo, del orden que sea.


Es el fuego azul de tus noches,
que brilla como el silencio de la nieve.
Se anuncia en lo que no quieres,
en lo que no esperas.
Tu deseo más hondo.
No te espera, no te elude, no te busca.
Posee tu nombre de amor, y no lo sabe.
Te encontrará.

Marcelo Barros


Escribir


Entre otras cosas, escribo para que no suceda lo que temo; para que lo que me hiere no sea; para alejar al malo. Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En este sentido, el quehacer poético implicaría exorcizar, conjurar y, además, reparar. Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos "
Alejandra Pizarnik


Desde muy chica tuve cierta fascinación por la lectura. Leía todo lo que encontraba a mi alcance.
A su vez escribía un diario, algo de moda en las nenas de esa época, pero con la particularidad de que además de lo cotidiano solía escribir sobre las cosas que me preocupaban haciéndole preguntas al futuro.
La idea era dejarlas planteadas en sobres que cerraba y tenían fecha de apertura por ejemplo, dos años después. Algo en mí intuía que la ansiedad, la pena se alivian con la palabra y el tiempo.







Alina

Devolvió todos y cada uno de los regalos y recuerdos materiales. Tiró a la basura lo que no entraba en la caja de encomienda. Escribió pal...